Hoy encontré a Blas

Hoy llovía y hacía mucho frío. Fue uno de esos días agotadores, de los que se hacen largos y pesados. Y el sol no asomó, y se hizo pronto de noche. Un día oscuro, vamos.

Iluminado por la linterna que siempre llevo encima, fui de camino a casa evitando las calles con farolas. ¿Por qué? No sé, me dió por ahí. Y justo antes de doblar la esquina, al lado de un contenedor de papel, de esos grandes azules repletos de cajas de cartón, oí un débil maullido.

-¿Lo ignoro o me acerco?- me pregunté

Mi diablito personal, subido en mi hombro izquierdo, me susurró que no me acercara. Seguro que te ataca, me dijo. El angelito, en cambio, no apareció. De hecho, ahora que pienso en ello, nunca he visto a mi angelito...¿tendré angelito? No importa.

No hice caso al diablillo, al que, por cierto, llamo Nicolás. De un manotazo lo saqué de mi espalda, que se había puesto a escalar como si fuera un alpinista, pobre inocente. Lejos de sus maléficas consignas me acerqué al sordo maullido. Y encontré un gato negro. Pequeño. Muy pequeño. Y delgado. Casi raquítico. Y me lo he traído a casa.

No sé si he hecho bien, pero le he dado de cenar un trozo de carne, cortadito en trozos pequeños. Y le he preparado un plato con agua, para que beba. Ahora está dormido. Le he llamado Blas.

No hay comentarios: